Réquiem para el dolor
Por @fvancisca
La misma corriente eléctrica pega minuciosamente los pies a la tierra, no en un recorrido de alegría, uno de desesperación; no de la que provoca huir sino más bien de la que es costumbre, tanto que aunque sea aterradora, vuelve el esconderse algo secundario.
Un viento cálido capaz de apagar algunos sentidos amargos se deslizaba discretamente intercalado por uno que otro canto de un ave que disfrutaba del final del verano, tanto como a mi me gustaría. Disfrutar era una palabra fundida con el anhelo hace algún tiempo, porque siempre había algo ahí para recordar que nada haría a mi corazón merecedor de un poco de dulzura, ni siquiera de la miel más desagradable, eso era lo que conllevaba el fracaso.
El corazón esta vez, preparado para una monotonía no tan desagradable comenzó a saltar en un pálpito casi desenfrenado, buscando en donde esconderse, de repente, casi muerto de alegría.
De un momento a otro, un réquiem suena como algo dulce, porque esta vez es un réquiem para el dolor. Una melodía que parece poner fin a lo que parecía una caída casi mortal.
Esta ventisca es fresca, no es dulce ni engañosa, simplemente refrescante y hasta esperanzadora. Aquella corriente atando los pies parecía compartirse con otro par, queriendo escapar en la misma sintonía, pero ahora sin querer huir tan lejos.
Porque después de todo, escapar era perder algo que aunque carecía de eternidad, se sentía más fuerte que un para siempre.
El verano después de mucho tiempo no era una sábana de agujas, sino más bien una digna representación de su simpleza: un cielo celeste y brisa cálida.
Nunca un réquiem sonó tan dulce como ese.